
Las «ventas multinivel» no son una estafa a los clientes que compran los productos, sino a quienes, llevados por su necesidad de ingresos, se convierten —de forma encubierta e ilegal— en trabajadores de las empresas que operan con este modelo. Este tipo de negocio consiste en crear una red de vendedores independientes que no sólo deben comercializar productos, sino también reclutar a otros vendedores, generando así una estructura piramidal donde los de arriba cobran comisiones del esfuerzo de los que están debajo. Aunque el producto pueda ser legítimo (cosméticos, suplementos, higiene), el principal negocio no está en vender, sino en ampliar la red. Y cuanto más abajo se entra, más difícil es obtener algún beneficio.
Estas empresas se aprovechan de miles de personas que dedican su tiempo, su energía y muchas veces su dinero, trabajando sin salario, sin contrato, sin Seguridad Social ni ningún tipo de derecho laboral. No son empleados, pero actúan como tales: venden, hacen demostraciones, buscan clientes, dan formación, asisten a eventos, y en muchos casos compran el propio stock que luego no logran vender. Todo esto lo hacen con la esperanza —alimentada por promesas interesadas— de que algún día llegarán a vivir «de su red». Mientras tanto, la empresa se ahorra costes fijos, no cotiza por ellos, no les paga vacaciones ni bajas, y tampoco les garantiza ingresos mínimos. Son una inmensa mano de obra gratuita disfrazada de «emprendedores».
El resultado es profundamente injusto: una minoría privilegiada, generalmente quienes entraron primero o quienes mejor saben reclutar, se lleva los beneficios generados por una mayoría que trabaja duro y no ve recompensas. En la práctica, el sistema está diseñado para que casi todos pierdan. De hecho, diversos estudios independientes muestran que entre el 90 % y el 99 % de los participantes en estos sistemas no ganan nada o incluso pierden dinero. Lo más grave es que quienes fracasan suelen culparse a sí mismos, creyendo que no se esforzaron lo suficiente. Pero no es su culpa: el modelo está estructurado para fallar en masa, porque sólo puede sostenerse si siempre entran nuevos vendedores. Es una forma moderna de explotación sin nombre, sin contrato y sin responsabilidad empresarial, que juega con la necesidad de la gente y la convierte en beneficio para unos pocos.
Aunque muchas empresas de venta multinivel operan en la legalidad formal, la legislación en Europa, España y Estados Unidos establece límites muy estrictos para evitar que estas estructuras se conviertan en esquemas piramidales, que sí son ilegales. En España, la Ley 3/1991 de Competencia Desleal prohíbe expresamente cualquier sistema donde las retribuciones dependan fundamentalmente del reclutamiento de nuevos participantes, y no de la venta real de productos o servicios. A nivel europeo, la Directiva 2005/29/CE califica este tipo de prácticas como engañosas. En EE. UU., la Comisión Federal de Comercio (FTC) ha perseguido judicialmente a numerosas empresas de este tipo. En 2016, la FTC obligó a Herbalife a pagar 200 millones de dólares y a reestructurar su modelo de negocio por prácticas que, aunque no fueron calificadas como piramidales en el fallo final, sí se consideraron engañosas y perjudiciales para los participantes. Otras compañías, como Vemma o BurnLounge, fueron directamente declaradas como esquemas piramidales y cerradas por orden judicial. En todos los casos, el patrón se repite: promesas de ingresos pasivos, presión para reclutar, y beneficios concentrados en una pequeña minoría. La legalidad técnica no impide que el sistema sea profundamente injusto y desequilibrado.
Las estrategias de reclutamiento en este tipo de negocios se basan en apelar a la ilusión de ascenso fácil y riqueza pasiva. Quien ya forma parte del sistema no le propone simplemente vender un producto: le ofrece «un negocio». Hablan de «un modelo probado», de «emprendimiento con libertad horaria» o de la oportunidad de «ganar dinero mientras duermes». No falta nunca el ejemplo de alguien que supuestamente fundó una «rama» en su ciudad —«la rama que inició Fulanito en Galicia ya tiene 5.000 personas»— y que ahora «cobra 3.000 euros al mes sin hacer nada». Estas historias se repiten como mantras para atraer a personas vulnerables, muchas veces con problemas económicos, y hacerles creer que si se esfuerzan podrán alcanzar lo mismo. Pero lo que nunca dicen es que ese dinero, en caso de existir, proviene del trabajo gratuito y desesperado de cientos de personas por debajo en la cadena, y que la gran mayoría nunca llegará a recuperar ni lo que invirtió al entrar. Para poder empezar, además, es habitual que le pidan adquirir un «kit» inicial, que suele incluir un paquete de productos que debe pagar por adelantado —aunque luego no logre venderlos— y un supuesto «curso de formación» donde en realidad se le enseñará sobre todo a captar a otros. Es manipulación emocional pura, revestida de autoayuda y falsas promesas, diseñada para alimentar un sistema profundamente injusto que vive del entusiasmo de los nuevos mientras exprime su esfuerzo hasta que se rinden.