Pedro

Toda inversión a largo plazo en acciones debe estar adecuadamente diversificada, lo que implica incluir empresas de distintos sectores económicos. Cada sector tiene características propias que influyen en su comportamiento en el mercado, y conocer esas particularidades ayuda a tomar decisiones más informadas. Algunos inversores, según su estrategia o perfil de riesgo, deciden reducir o incluso excluir determinados sectores de sus carteras.

A continuación se presenta una tabla con una clasificación general de empresas por sectores, que se comentarán en detalle en las secciones siguientes. Los ejemplos están centrados principalmente en compañías europeas, ya que personalmente prefiero invertir en acciones de la eurozona. Solo en sectores muy concretos considero oportuno invertir en Estados Unidos, y lo hago principalmente para reducir el riesgo derivado de las fluctuaciones de divisa.

Es importante tener en cuenta que la clasificación sectorial no es única: dependiendo del criterio utilizado, puede haber pequeñas diferencias entre una y otra. Además, algunos sectores se solapan entre sí, y es habitual que una misma empresa pueda encajar en más de una categoría. A lo largo de las siguientes secciones se comentarán entre 40 y 50 empresas. No se trata de una lista exhaustiva, sino de una muestra representativa de compañías relevantes dentro de cada sector.

En cualquier caso, conviene recordar que un inversor individual no necesita tener tantas acciones para estar bien diversificado: en general, se considera que con 15 acciones se alcanza un nivel razonable de diversificación, y con 20, un nivel excelente. Hay quienes gestionan carteras con 50 o más valores, pero en mi opinión eso exige dedicar demasiado tiempo y atención al seguimiento de cada compañía, lo que en la práctica obliga a llevar hojas de cálculo y realizar un control minucioso.

Personalmente, no soy partidario de mantener más de 20 empresas: con una selección cuidada, ese número basta para lograr una diversificación formidable. Además, simplifica enormemente la gestión: basta con ir anotando dividendos, retenciones y comisiones en un sencillo fichero de texto, y cuando llega el momento de hacer la declaración de la renta, unas pocas sumas bastan.

Con 20 acciones bien elegidas usted estará mucho mejor invertido que la mayoría de inversores particulares, que con frecuencia se dejan llevar por modas, impulsos o preferencias personales sin seguir un criterio sólido de diversificación.

Sector Ejemplos
Bancario Banca minorista, corporativa, de inversión y gestión de activos (BNP Paribas, Banco Santander, Deutsche Bank, ING Group, BBVA, Bankinter)
Asegurador y reasegurador Seguros de vida, salud, automóvil, reaseguros y grandes riesgos (Allianz, AXA, Munich RE, Swiss RE, Scor, Mapfre)
Tecnológico Software, hardware, semiconductores, servicios digitales (SAP, ASML, Infineon, Dassault Systèmes, Capgemini, Apple, Alphabet, Microsoft)
Industrial Maquinaria, construcción, transporte, ingeniería, defensa (Siemens, Airbus, Vinci, Alstom, Rolls-Royce, Safran)
Materiales y químico Química básica, industrial y especializada, gases, acero, materiales de construcción (BASF, Air Liquide, Linde, Arkema, Sika, Holcim, Acerinox, Solvay)
Energía Petróleo, gas, energías renovables, servicios energéticos (TotalEnergies, Eni, Repsol, Equinor, Ørsted, Iberdrola)
Consumo básico Alimentos, bebidas, productos de higiene y limpieza (Danone, Nestlé, Unilever, Heineken, AB InBev, Reckitt)
Consumo discrecional Ropa, electrodomésticos, ocio, viajes (Adidas, Electrolux, Inditex, Zalando, Booking Holdings)
Automoción Fabricación y venta de vehículos (Volkswagen, Stellantis, Ferrari, BMW, Mercedes-Benz Group, Renault)
Lujo Moda de alta gama, relojería, cosmética exclusiva, vinos y perfumes selectos (Hermès, Kering, Richemont, L'Oréal, Moncler, Burberry)
Salud Farmacéuticas, biotecnología, equipamiento médico, hospitales (Sanofi, Novartis, Roche, Bayer, Grifols, Siemens Healthineers)
Telecomunicaciones Telefonía, datos, redes de comunicación (Deutsche Telekom, Orange, Telefónica, Vodafone, Nokia, Ericsson)

El sector tecnológico

El sector tecnológico es, sin duda, uno de los más dinámicos y de mayor crecimiento dentro del mercado. Agrupa empresas dedicadas al desarrollo de software, hardware, semiconductores, servicios digitales, inteligencia artificial, ciberseguridad o computación en la nube. Desde el punto de vista del inversor, ofrece un fuerte potencial de revalorización, especialmente en compañías innovadoras. Sin embargo, este crecimiento suele ir acompañado de una alta volatilidad y de valoraciones elevadas, aunque en los últimos años muchas empresas tecnológicas maduras han visto cómo sus PER (precio/beneficio) se han moderado notablemente.

A diferencia de otros sectores más estables, muchas tecnológicas no reparten dividendos, o lo hacen de forma simbólica. Prefieren reinvertir sus beneficios para financiar su expansión, desarrollar nuevos productos o adquirir otras compañías. Esto hace que su atractivo para el inversor esté más ligado al crecimiento del precio de la acción que a la generación de rentas periódicas. No obstante, algunas grandes empresas ya consolidadas, como Microsoft o Apple, sí reparten dividendos y mantienen una posición financiera sólida, combinando crecimiento con cierta madurez.

El sector también presenta riesgos importantes: la rapidez con la que evoluciona la tecnología obliga a las empresas a innovar constantemente para no quedarse atrás. La competencia es feroz y el éxito de hoy puede convertirse en irrelevancia en pocos años. Además, hay una elevada exposición a los ciclos bursátiles: en momentos de incertidumbre o subida de tipos de interés, las tecnológicas suelen sufrir caídas más pronunciadas, ya que buena parte de su valor se basa en expectativas futuras. Por otro lado, es un sector expuesto a problemas geopolíticos (por ejemplo, en la cadena de suministro de chips) y a regulaciones crecientes, especialmente en protección de datos y competencia.

Para los inversores europeos, una limitación práctica es que buena parte del liderazgo tecnológico mundial se concentra en Estados Unidos. Empresas como Apple, Microsoft, Google (Alphabet), Amazon, Meta o Nvidia dominan la innovación global y capitalizan una parte sustancial del mercado. Por ello, quien desee tener una exposición significativa al sector tecnológico casi siempre tendrá que mirar hacia EE. UU. Aunque Europa cuenta con compañías destacadas como ASML, SAP o Infineon, el peso del sector en los índices europeos es mucho menor. En resumen, se trata de un sector con alto potencial, baja rentabilidad por dividendo, riesgo elevado y fuerte sesgo americano, que puede ser muy rentable a largo plazo si se gestiona con visión y disciplina.

Energía

El sector energético es fundamental en cualquier economía y, desde el punto de vista del inversor, ofrece un perfil interesante por su capacidad de generar flujos de caja estables, su importancia estratégica y sus dividendos históricamente elevados. No obstante, también es un sector expuesto a importantes retos y transformaciones. Tradicionalmente, ha estado dominado por grandes compañías integradas —como TotalEnergies, Repsol, Eni o BP— que operan en toda la cadena de valor: desde la extracción de petróleo y gas, hasta el refino, distribución y generación eléctrica. Estas empresas suelen tener una larga trayectoria, fuerte presencia internacional y experiencia en la gestión de activos complejos.

En los últimos años, han ganado protagonismo nuevas empresas —o divisiones específicas dentro de las tradicionales— centradas exclusivamente en energías renovables como la solar, la eólica o el hidrógeno. Compañías como Ørsted, Vestas o Neoen representan una apuesta más directa por la transición energética. Desde el punto de vista inversor, este tipo de empresas suelen tener un perfil de crecimiento más alto, aunque con mayor volatilidad, ya que muchas todavía no son tan rentables como las energéticas tradicionales y dependen en parte de subvenciones o incentivos públicos.

Uno de los principales riesgos del sector energético es su fuerte exposición a la regulación. Las decisiones políticas pueden tener un impacto directo e inmediato en sus beneficios: cambios en los impuestos, nuevas exigencias medioambientales, límites a los precios de la energía o incluso intervenciones sobre beneficios extraordinarios, como ha ocurrido recientemente en algunos países europeos. Además, la transición energética hacia un modelo más limpio y sostenible obliga a muchas empresas del sector a reinventarse, acometiendo grandes inversiones en tecnologías renovables y reduciendo progresivamente su dependencia de los combustibles fósiles.

Para el inversor, el sector energético combina rentabilidad por dividendo, sensibilidad al entorno político y exposición a una transformación estructural profunda. Las empresas más diversificadas pueden ofrecer más estabilidad, mientras que las centradas en energías renovables pueden aportar mayor crecimiento. Invertir en este sector requiere estar atento a los marcos regulatorios, a los planes de transición energética y a los movimientos geopolíticos que afectan a los mercados de energía a nivel global.

Consumo básico

El sector de consumo básico agrupa a las empresas que producen y comercializan bienes de primera necesidad: alimentos, bebidas, productos de higiene, limpieza y cuidado personal. Se trata de productos que las personas continúan comprando independientemente de la situación económica, ya que forman parte de la vida cotidiana. Por esta razón, el consumo básico se considera tradicionalmente un «sector defensivo», es decir, menos sensible a las crisis o recesiones económicas. Incluso en épocas de incertidumbre, las ventas de este tipo de productos tienden a mantenerse estables, lo que da a estas compañías una mayor resiliencia.

Desde el punto de vista del inversor, el sector consumo básico ofrece ciertas ventajas: ingresos predecibles, modelos de negocio consolidados, presencia global en muchos casos y una tendencia a repartir dividendos de forma regular. Empresas como Nestlé, Unilever, Danone o Procter & Gamble son ejemplos de compañías sólidas, con marcas reconocidas y una base de clientes amplia y constante. Aunque su potencial de crecimiento suele ser limitado en comparación con otros sectores más dinámicos, su estabilidad y generación de caja las convierte en una opción interesante para carteras que buscan menor volatilidad.

El principal riesgo del sector suele venir de la presión sobre los márgenes: subida de costes de materias primas, transporte o energía, así como cambios en las preferencias de consumo o en la regulación sanitaria o medioambiental. Aun así, en términos generales, el consumo básico sigue siendo un pilar de las carteras defensivas, especialmente útil en periodos de incertidumbre o alta inflación, donde la capacidad de trasladar precios al consumidor puede proteger la rentabilidad.

Consumo discrecional

El sector de consumo discrecional agrupa a las empresas que venden productos o servicios no esenciales, es decir, aquellos que los consumidores adquieren cuando su situación económica lo permite: ropa, electrodomésticos, viajes, ocio, restauración o artículos del hogar. A diferencia del consumo básico —que se mantiene estable incluso en crisis—, el consumo discrecional depende mucho más del ciclo económico. Por eso se considera un sector cíclico: crece con fuerza en épocas de bonanza y se contrae en momentos de recesión, cuando las familias ajustan su gasto a lo más necesario.

Desde el punto de vista del inversor, el consumo discrecional puede ofrecer grandes oportunidades de crecimiento, sobre todo en empresas con marcas fuertes, capacidad de innovación o exposición a mercados emergentes con clase media en expansión. Compañías como Adidas, Inditex o Booking Holdings han demostrado que, con un posicionamiento sólido, se puede lograr una elevada rentabilidad incluso en un sector tan sensible al contexto económico. Además, muchas de estas empresas gozan de márgenes altos y gran poder de fijación de precios, lo que les da cierta capacidad para defenderse ante la inflación.

Sin embargo, el sector también presenta riesgos importantes. Su principal debilidad es su vulnerabilidad ante caídas del consumo, ya sea por crisis económicas, pérdida de poder adquisitivo o incertidumbre generalizada. En esos escenarios, sus ventas y beneficios pueden caer con rapidez. Además, en segmentos muy competitivos como la moda o la tecnología de consumo, los gustos cambian rápidamente y las empresas deben innovar constantemente para no quedar atrás. En resumen, el consumo discrecional puede aportar crecimiento y dinamismo a una cartera, pero requiere una gestión más activa y tolerancia a la volatilidad.

Automovilístico

El sector automovilístico forma parte del consumo discrecional, pero suele analizarse por separado debido a su complejidad, su peso en la economía global y sus características específicas. Agrupa a los fabricantes de automóviles, motocicletas y vehículos comerciales, así como a sus proveedores de componentes. Es un sector muy intensivo en capital, con grandes necesidades de inversión en desarrollo, producción, redes de distribución y, cada vez más, en transformación tecnológica hacia vehículos eléctricos y conectados.

Desde el punto de vista del inversor, el sector ofrece oportunidades interesantes, sobre todo en marcas fuertes y bien posicionadas a nivel global como Ferrari, BMW o Mercedes-Benz Group, que operan con márgenes elevados y menor sensibilidad al precio. También hay valor en fabricantes que se están adaptando con éxito a la transición energética y digital, aunque el camino es incierto y costoso. Algunas empresas pueden beneficiarse del crecimiento en mercados emergentes o del auge de nuevas formas de movilidad, como el carsharing o los vehículos autónomos.

Sin embargo, los riesgos del sector automovilístico son considerables. La competencia es feroz, tanto entre fabricantes tradicionales como frente a nuevos actores como las empresas chinas emergentes. Además, los márgenes son ajustados para la mayoría de las marcas, y las inversiones necesarias para adaptarse a normativas medioambientales, conectividad y electrificación son enormes. A esto se suman los frecuentes cambios regulatorios: desde nuevas exigencias de emisiones hasta prohibiciones a futuro de motores de combustión, pasando por incentivos públicos que pueden desaparecer con cada ciclo político. Todo ello hace que planificar a largo plazo sea especialmente difícil.

En resumen, el sector automovilístico combina una fuerte presencia industrial, marcas reconocidas y alto volumen de negocio con una gran presión competitiva, elevada ciclicidad y una exposición muy significativa al riesgo regulatorio y tecnológico. Para el inversor, puede ser una fuente de rentabilidad si se eligen compañías eficientes y bien posicionadas, pero también exige un seguimiento constante y una alta tolerancia al riesgo.

Lujo

El sector del lujo agrupa a empresas que venden productos de alta gama en moda, relojería, cosmética, perfumería, marroquinería, vinos y otros bienes suntuarios. Las marcas de lujo se benefician de márgenes elevados, una clientela internacional menos sensible al precio, y una imagen basada en exclusividad y prestigio. Desde el punto de vista del inversor, el sector ha ofrecido un crecimiento impresionante durante la última década, impulsado por el aumento de la riqueza en mercados emergentes, especialmente en Asia. Sin embargo, algunos analistas consideran que el sector ha entrado en una fase de sobrevaloración, con valoraciones muy exigentes que podrían anticipar una corrección.

De hecho, la reciente caída del precio de LVMH —líder indiscutible del sector— ha hecho pensar a muchos que el mercado del lujo estaba en una burbuja. Tras años de subidas constantes, LVMH sufrió una corrección notable, lo que ha puesto en duda el supuesto carácter «imparable» del sector. Esta corrección puede reflejar un enfriamiento de la demanda en China, una saturación en ciertos segmentos o simplemente una toma de beneficios tras años de revalorización. Aun así, muchas de estas empresas siguen teniendo posiciones sólidas, balances robustos y una fuerte capacidad de generación de caja.

Conviene también distinguir casos como el de L’Oréal, una empresa frecuentemente incluida en el sector del lujo, aunque en realidad sólo una parte de su negocio lo es. L’Oréal es una multinacional francesa líder en productos cosméticos, que opera en varios segmentos: desde marcas de gran consumo como L’Oréal Paris, Garnier o Maybelline, hasta gamas premium como Lancôme, Kérastase o Yves Saint Laurent Beauté. Aunque su división de lujo tiene un peso importante, su negocio es mucho más diversificado y abarca desde supermercados hasta farmacias y salones de belleza profesionales.

Desde el punto de vista inversor, L’Oréal puede considerarse un valor más defensivo que otras firmas puramente de lujo. Sus productos forman parte del consumo cotidiano de millones de personas, y su diversificación geográfica y de canales de venta le da estabilidad frente a cambios bruscos en la demanda. Además, es una empresa que combina crecimiento con una política constante de reparto de dividendos. En definitiva, mientras que muchas empresas del lujo son más sensibles a la coyuntura económica global y a los cambios en los hábitos de consumo de las élites, L’Oréal representa un perfil más equilibrado y resistente dentro del mismo universo de consumo.

Salud

El sector salud agrupa a una amplia variedad de empresas: farmacéuticas, biotecnológicas, fabricantes de equipamiento médico, hospitales, aseguradoras sanitarias y proveedores de servicios. Desde el punto de vista del inversor, es un sector esencial, con demanda estructural creciente debido al envejecimiento de la población, el aumento de enfermedades crónicas y el acceso progresivo a servicios de salud en países en desarrollo. Por estas razones, suele considerarse un sector relativamente defensivo, capaz de generar ingresos estables incluso en tiempos de recesión.

Sin embargo, el sector salud está sometido a una regulación extremadamente estricta en casi todos los países. La aprobación de un nuevo medicamento requiere largos procesos clínicos, a menudo superiores a 10 años, con una tasa de éxito baja y un coste altísimo. Las empresas deben invertir miles de millones en I+D sin garantía de retorno, y una vez que logran una aprobación, el producto sólo dispone de unos años de exclusividad antes de que expire su patente. A partir de ese momento, los ingresos suelen caer de forma drástica ante la entrada de medicamentos genéricos o biosimilares. Por todos estos motivos, muchos inversores —especialmente los más conservadores— optan directamente por no incluir empresas del sector salud en sus carteras, o lo hacen sólo de forma muy selectiva.

Además, el sector se enfrenta a controles de precios, especialmente en Europa, donde los sistemas públicos de salud negocian duramente con los laboratorios. En Estados Unidos, aunque los precios son más altos, la presión política y social para limitar los costes de los tratamientos también va en aumento. A esto se suman riesgos jurídicos importantes: las farmacéuticas están expuestas a demandas millonarias por efectos secundarios, errores en la comercialización o conflictos de patentes. Incluso empresas bien gestionadas pueden verse afectadas por juicios que generan pérdidas reputacionales y económicas considerables.

En resumen, el sector salud ofrece estabilidad y potencial de crecimiento a largo plazo, pero también está condicionado por una combinación de factores complejos: regulación intensa, necesidad de innovación constante, ciclos largos de desarrollo, riesgos legales, presión política y competencia creciente tras la expiración de patentes. El inversor que apueste por este sector debe tener una visión de largo plazo, diversificar entre subsectores y comprender los desafíos específicos que enfrenta cada tipo de compañía.

Telecomunicaciones

El sector de las telecomunicaciones incluye a las empresas que prestan servicios de telefonía fija y móvil, acceso a internet, redes de datos y televisión por suscripción. Se trata de un sector maduro y muy consolidado en la mayoría de los países desarrollados, donde la infraestructura ya está ampliamente desplegada y la competencia entre operadores es muy intensa. Por esta razón, el crecimiento en ingresos suele ser limitado, lo que convierte al sector en una opción más defensiva que de expansión.

Desde el punto de vista del inversor, las empresas de telecomunicaciones suelen caracterizarse por ofrecer altos dividendos, sostenidos por flujos de caja estables y predecibles. Muchas de estas compañías reparten una parte significativa de sus beneficios cada año, lo que las convierte en candidatas frecuentes para carteras centradas en generación de rentas. Sin embargo, los márgenes de beneficio están bajo presión debido al elevado nivel de competencia, los elevados costes de mantenimiento de la red y las exigentes inversiones en nuevas tecnologías como el 5G o la fibra óptica.

Además, se trata de un sector altamente regulado, donde las decisiones gubernamentales —sobre tarifas, concesiones, licencias o normas de competencia— pueden tener un impacto importante sobre los resultados. Aunque el número de usuarios suele mantenerse estable o incluso crecer ligeramente, la rentabilidad depende en gran parte de la eficiencia operativa y la capacidad para contener costes en un entorno de precios bajos. En resumen, el sector de las telecomunicaciones puede ser interesante para inversores que priorizan estabilidad y dividendos, pero no tanto para quienes buscan alto crecimiento o revalorización rápida del capital.

Una tarta formada por numerosos trozos de colores diferentes
Los sectores. Imagen creada con Flux.